domingo, 4 de julio de 2010

40 AÑOS DE EXPERIENCIA DE ARTES MARCIALES

Acabo de hacerle un cambio a mi perfil en la página de este blog. El mismo consiste de agregarle un año a mi experiencia en el ramo de las artes marciales, de modo que ahora tengo 40 años de haber comenzado mi trayectoria en ese campo, una efemérides importante en mi vida por varias razones y que, aunque no tiene mucho que ver con lo que es este blog, dedicado a la política, al Derecho (así, con mayúscula) y al sentido común, sí tiene mucho que ver desde el punto de vista que es parte importante de mi formación y, con élla, de mi manera de ver e interpretar el mundo.

Tenía 14 años cuando uno de mis hermanos, ahora tan sólo de feliz memoria, me dijo que me arreglara, que me iba a ir con él. Era el que me antecedía en edad pero me llevaba unos 8 años, así que él era ya un hombre y yo casi un niño, así que no pregunté mucho y, cuando sentí, los dos nos estábamos inscribiendo en un gimnasio para recibir clases de karate-do.

Por cuestiones que hablé con él, posteriormente, tengo la idea que mi papá tuvo algo que ver con todo esto. La cosa es que él, mi hermano, ha de haber seguido sus instrucciones pero no duró mucho en el tema, ya que sólo hizo conmigo el examen para nana-kyu y abandonó los entrenamientos, mientras que yo encontré algo que me gustaba y que, sin saberlo, iba a ser parte importante de mi vida.

En ese gimnasio, que quedaba lejísimos de casa y se ubicaba varias cuadras detrás del Palacio Nacional y la Casa Presidencial, por donde pasaba caminando 3 veces a la semana por la noches para tomar la camioneta de regreso a casa, fue mi lugar de entrenamientos por algún tiempo, hasta que pusieron uno por donde vivía, de tal manera que ahora no tenía que salir a entrenar a las 5 y regresar pasadas las 10 de la noche, por lo lejos que quedaba.

En el nuevo gimnasio, llamado "Mericht", tuve que comenzar de nuevo porque, siendo karate do, era de diferente escuela, pero no me importó. Ahí estuve un año y tanto hasta que, por recomendación del médico, tuve que dejar de entrenar un tiempo; tenía 16 años. Estaba creciendo tanto que mis tendones y huesos estaban resentidos y no aguantaban el entrenamiento, según una opinión. Luego, por otras opiniones médicas, supe que debí haber intensificado o, por lo menos, no abandonado los entrenamientos. Como decía mi abuela paterna: ¡qué saben esos sabios!

La cosa es que, el día que cumplí 18 años me fui a inscribir de nuevo, sólo que ese día comenzaba en Guatemala un nuevo arte marcial, así que yo me volví a inscribir con la misma gente que daba clases en el gimnasio "Mericht", sólo que ya no en la sucursal, cerca de casa, sino en la central, donde estaba la verdadera acción, y sin saberlo me iba a convertir en los primeros competidores de ese nuevo arte marcial que llegaba al país.

Ese fue el año 1974 en que, además de reanudar mis entrenamientos, marcó el inicio de mis competencias y viajes de aprendizaje en el extranjero. En diciembre de ese año fue la primera vez que salí a competir; fue a Tijuana, el primero de los 29 viajes que hiciera a esa ciudad, fue por tierra, 27 horas y media de Guatemala al Distrito Federal, una breve estancia en gimnasios de la escuela en la capital mexicana, y luego una viaje de 48 horas en autobús del Distrito Federal hacia Tijuana.

Iba al campeonato mundial de la especialidad de la escuela que yo conformaba, y aunque no hubo gente de todo el mundo, sí la había de México, Estados Unidos (incluyendo Hawaii) y Canadá. Fue grande la experiencia. Yo quedé de 8vo. lugar de 88 competidores, pero un compañero quedó de 4o. lugar en mi categoría y en la de cintas cafés nos llevamos el primer lugar.

Las cosas que ví en esa oportunidad no cabían en mis ojos. Todavía hoy recuerdo esa experiencia como algo inolvidable, desde la fiesta a la cual asistimos en donde bailé con una chica que, entre el pelo estilo afro y las plataformas de corcho, me sacaba media cabeza, hasta los tres centavos adicionales que invertíamos en la bebida, que era la diferencia entre una soda y una cerveza. No digamos las formas de aplicaciones de técnicas que ví, y cómo el Gran Maestro Tino Tumanao Toiolosega le otorgaba el 5to. grado de cinta negra a quien después se convertiría en mi maestro, el Grand Master Rigoberto López.

Las horas interminables de entrenamientos son difíciles de olvidar. Competí activamente durante unos 15 años y siempre fui el campeón de cada categoría en la cual participé, y mantenerme en la cima significó mantener entrenamientos que duraban entre 7 y 8 horas diarias, divididos entre las horas de la madrugada, antes que saliera el sol, las del medio día y las del final de la tarde hasta entrada la noche. ¡Eramos inagotables!

Con el tiempo se vinieron dando algunos cambios en el enfoque que le daba a mis entrenamientos, que originalmente eran para desarrollarme físicamente. Posteriormente, de recién casado, se me dio por comenzar a impartir algunas clases y, con ellas, las ideas.

Un día que traje a esos dos personajes de las artes marciales que he mencionado, traía al GM Tino conmigo hacia el lugar donde teníamos una competencia. Había mucho lodo y, encima, alguien había puesto piedras en la calle para que nadie pasara, pero yo, que iba manejando, me salí, quité entre el lodo las piedras que estorbaban nuestro paso y regresé a seguir conduciendo el vehículo para ingresar al área y estacionar, cuando él me dijo que por qué había hecho eso, a lo cual recuerdo haberle contestado que porque había nacido para cambiar el mundo, no para acoplarme a él.

Y es cierto. En el mundo de las artes marciales estás sujeto al mundo de alguien más, y eso no es problema para la generalidad de la gente, pero es una limitación cuando tu potencial está más allá de la rutina.

Afortunadamente, siempre tuve bien claras mis ideas y siempre supe seguir, primero a mi profesor, y luego a mi maestro (hay una diferencia entre un instructor, un profesor, un maestro y un gran maestro). Las ideas que pude incorporar a los entrenamientos de mis alumnos sin variar el programa, las fui incorporando poco a poco, y eran motivo de muchas interrogantes el por qué del rendimiento de mis alumnos; pero las ideas que sabía y entendía que cambiarían el programa siempre las consulté con mi maestro, quien nunca les dio importancia o no las entendió, de modo que siempre continué siendo fiel a la transmisión de sus enseñanzas.

Sin embargo, fue la misma vida la que ha de haber pensado que ya estaba maduro para otro tipo de emprendimientos, así que, sin proponémelo, de pronto me vi en la disyuntiva de tirarlo todo o de continuar como cabeza de escuela, fundando una con mi propio nombre y dándole y brindándole mi personalidad con las ideas que, durante años, había venido acumulando en mi mente.

Es que, siendo embajador de mi escuela, me tocó viajar muchísimo por el mundo, especialmente por Europa, y a donde iba procuraba no sólo llevar mis conocimientos y mi uniforme sino, a la par que desarrollaba una agenda de trabajo durante el día, procuraba ir a enseñar lo que yo hacía a los gimnasios de diferentes artes marciales durante la noche.

Es así como, enseñando lo mismo, paré aprendiendo mucho más de lo que llevaba para enseñar, porque la gente, en reciprocidad, siempre quería que yo viera lo que ellos estaban haciendo.

Así, tuve la oportunidad, también, de aprender en China algunos conceptos básicos de Wu Shu y de ser introducido al mundo espectacular de las armas que por allá manejan.

Todo ese bagaje de ideas, especialmente la formación seria que tuve con mi maestro Rigo López, uno de los pocos Grandes Maestros activos que hay en el mundo, hicieron de mí lo que soy hoy en el mundo del arte marcial.

Las historias y anécdotas de mi vida alrededor de mismo son como para escribir un libro, pero ese no es el objetivo hoy.

Baste decir que si 20 años no es nada, 40 tampoco, y no sólo sigo enseñando cuando algo puedo enseñar, sino sigo aprendiendo, porque el arte marcial es muy parecida a la vida en general, donde uno puede seguir siendo útil hasta el final de la existencia.

El mundo ha cambiado tanto, que el que existía cuando comencé a aprender, ya no existe o poco queda de él.

Sin embargo, puedo atestiguar la transformación de Guatemala en una potencia marcial dentro de las naciones que compiten en esta rama del deporte. No hay escuela que salga a competir que no haga un buen o excelente papel, sea del estilo que sea. Haber estado metido en este deporte es, quizás, lo que me ha dado la idea que Guatemala está hecha para los deportes individuales, no para los de conjunto, pero quién sabe. Es una sensación.

En ese largo peregrinaje dentro del arte marcial he estado a punto de graduar maestros (5to. grado de cinta negra) varias veces, y todavía no lo he logrado. También he mandado a volar todo en una oportunidad, en que mis alumnos cintas negras, indisciplinados, no llegaban a entrenar, de modo que me quedé sólo con los alumnos de Honduras, que no me dejaron ir y yo, ante su labor eminentemente deportiva, adhonorem, tampoco tuve el corazón de dejarlos.

Ha habido alegrías, como cuando se gana una cinta, un grado o una competencia, o se examina a alumnos queridos y se les promueve, viviendo y gozando a la par de ellos su desarrollo.

También ha habido notas tristes, como cuando tuve que enterrar a un alumno que se adelantó en esta jornada terrenal por un accidente de tránsito, sintiéndolo como si fuera mi hermanito o mi hijo.

Pagar cuentas, organizar torneos, traer personalidades de las artes marciales a los eventos, así como salir a correr o a una excursión con la gente del gimnasio han sido vivencias enriquecedoras en todo sentido.

Ésta es una actividad en donde ha sido mucho más plata la que he invertido y a veces perdido, que la que he ganado, pero la satisfacción que me ha dado, la seguridad en mí mismo y el don de mando que con todo esto adquirí, bien han valido la pena los sufrimientos de esos interminables y agotadores entrenamientos de, prácticamente, toda una vida.

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